lunes, 16 de febrero de 2009

ÒRÌSÀ OYA, OIA O IYANSA

ÒRÌSÀ OYA, OIA O IYANSA

Orìsá guerrera y sensual, fuerte e intrépida. Señora y custodia de los vientos, tempestades, rayos y truenos, a quienes manipula sabiamente, cuando con el suave soplido de su brisa, permite volar las simientes hacia tierras fértiles, donde germinarán produciendo nueva vida, que ella ayudará a fertilizar produciendo con el poder de enfriar y calentar con su aire, el proceso de evaporación que le permitirá a la lluvia, regar las simientes para permitir su floración. Cuando sopla su gélido viento, congela las aguas transformándolas en blanco y macizo hielo. Oya es la divinidad capaz de contribuir al natural reciclaje de la renovación constante de la vida.
Dueña y guardián del río Níger - Río Odoya para los Yòrùbá -, que pusieron ese nombre en su honor porque se originó cierta vez, que Oya debió demostrar a los sacerdotes su poderío.
Dicen que molesta por la desconsideración de algunos habitantes que no tomaban en cuenta la gran importancia que ella representaba, decidió mostrar su poderío y soplando fuertemente, dejó un extenso agujero en medio de dos largos montículos de tierra, por donde se esparcían redondeadas piedras de color rojizo. Y con cadenciosos movimiento, danzó en el lugar que se fue llenando con el agua que la copiosa lluvia producida por el òrìsà. Así nació según la historia un extenso río que todos dieron en llamar Odoya, dado que fuera ella quien le diera vida.
Oya es un Òrìsà de naturaleza inquieta y autoritaria, expande su gran energía acompañándose por los vientos que hace circular cadenciosa y sensualmente por todo el espacio. su presencia se siente con un brillo propio que le permite destacarse entre todos los demás Òrìsà femeninos.
Durante su permanencia en la tierra se fue transformando en una mujer curiosa, apasionada y voluptuosa.
Oya además de mujer, amorosa y gentil, supo ser un aliado más en la vida de su pareja y con el compartía alegremente, pesadas tareas y cruentas batallas.
Es un Òrìsà fuerte, firme y tenaz, que no repara en sacrificios y es capaz de trabajar en faenas designadas al hombre si así lo requieren las circunstancias, pero siempre poniendo su sensual toque de femineidad.
Feliz, indomable y maravillosamente creativa, es sumamente fiel, porque no concibe la fidelidad a alguien en particular, sino a sus propias convicciones, por lo tanto, cuando entrega su amor a un hombre, solo se interesa por el. Por eso, sus pasiones son arrebatadoras y sus amores absolutos y fuertes, lo que la hace responsable de las alianzas, uniones y sociedades. Es a ella que en la actualidad, se pide favorecer los pactos y las alianzas matrimoniales.
La exuberante personalidad de Oya hace que no pueda disimular sus estados de ánimo, su felicidad irradia alegría por doquier y en su cólera es capaz de destruir con dureza a cualquier adversario.
Detesta la mentira y puede decirse que es diferente a los demás Òrìsà femeninos por su fuerte y justiciero temperamento, fortaleza y su absoluta necesidad de libertad individual. Al saber de las historias de su vida en la tierra, se puede deducir que Oya es una divinidad libre, fuerte y muy ingenua, dado que su autenticidad no le permite especular o intrigar como por ejemplo lo haría Osun.
Y si bien su casi salvaje independencia la asemejan a una realidad cercana a lo masculino, su sensualidad y femeneidad brotan tan ciertamente como la pasión que la caracteriza haciendo de ella una pareja formidable y deseada.
La continua necesidad de Oya de andar libre y segura por los bosques, la llevó cierto día a encontrarse con el poderoso Osanyin. El òrìsà, como siempre estaba recogiendo las hojas medicinales, que prolijamente guardaba en una calabaza colgada de la punta de una rama y que siempre llevaba consigo. Oya, saludando al gran curador, rogó que le obsequiara alguna de sus hojas a lo que éste se negó. Fastidiada y decidida, Oya agito sus brazos y un viento increíble envolvió el lugar. Las hojas que Osanyin tenía en sus manos, volaron por los aires y todos los Òrìsà, aprovechando la situación, corrieron a tomarlas.

Al grito de Ewèo, Osanyin trataba de recuperar sus plantas medicinales, pero no pudo evitar que parte de ellas cayeran en manos de Oya y los demás Òrìsà, que a partir de ese momento se hicieron dueños del poder de la curación, gracias al atrevimiento de Oya, y las hojas curativas de Osanyin. Si bien Oya comparte las aguas junto a las demás divinidades, su predilección son los montes rocosos con frondosa y espesa vegetación por donde pasen ríos traslúcidos con cascadas fluyendo entre las rocas.
Resulta de cierta historia que cuando la divinidad necesitaba alejarse del bullicio para pensar, solía adentrarse en el bosque y tomando la forma de un enorme búfalo, recorría la inmensa pradera, bañándose en los límpidos ríos que la cruzaban y descansando al pié de algún frondoso y sombreado árbol. Luego, dejaba escondida su piel y regresaba feliz a sus obligaciones.
Cierto día, Ogún decide salir de caza y visualiza a lo lejos un búfalo que con rapidez semejante al relámpago se detiene muy cerca del lugar que el se encontraba. Escondido tras los matorrales, Ogun espera pacientemente para poder cazar a ese poderoso animal, cuando de pronto, paralizado por el asombro, ve que el búfalo, comienza a transformarse en una hermosa joven, que sensual y rítmicamente va hacia la orilla del río sentándose en una rojiza y redondeada piedra a descansar.
La belleza de la mujer, exalta los sentidos del guerrero que acercándose a ella le proclama su amor. La joven, también prendada por la figura varonil, acepta los galanteos, pero antes de partir con el, le suplica que jamás revele su secreto ante nadie. Ogun, promete silencio si ella consiente en ser su esposa. Y así fue que la joven doncella es desposada por primera vez, viviendo y compartiendo con el poderoso Òrìsà su pasión por los caminos, las guerras y la herrería.
Ogun, muy afecto al vino de palmera, una noche se embriaga fuertemente y olvidando la promesa, les cuenta a sus otras mujeres el secreto tan celosamente guardado por Oya. Ella, molesta y herida por la falta de su marido, no logra perdonarlo, y aunque continúa por algún tiempo más a su lado, espera el momento propicio para partir.
La ocasión se presenta cuando cierta vez, Sango, necesitando armas, busca al herrero Ogún para que se las confeccione, y descubre a la hermosa Oya de la cual queda profundamente enamorado. Cuando las miradas de los jóvenes se cruzan, Oya, comprende que ese elegante y atractivo rey sería de ahí en adelante el único y real amor de su vida y decide partir con el.
Del matrimonio con Sàngó nacen nueve hijos que le dan el seudónimo de Iyansa .
La bravura de Oya la convirtió en la favorita de Sàngó. Juntos peleaban guerras, vencían enemigos y se amaban apasionadamente, lo que sin duda molestó mucho a Osun y Oba, las otras dos mujeres del rey Sàngó, que veían en esa aguerrida, desafiante y seductora mujer, una rival de cuidado.
Osun, celosa y molesta, cierto día discute violentamente con Oya que fastidiada, agita sus manos y castiga con un rayo a Osun. Ésta, aterrada corre lo más lejos posible se esconde en un hueco rocoso del río Osogbo. Sango reprende a Oya duramente y ésta muy alterada lo deja plantado yendo a guarecerse al el fondo del océano, junto a Olókun. Sàngó furioso desencadena una tormenta de rayos y truenos por lo que Èsù sabiamente, decide poner punto final a la pelea, y les habla a las dos esposas para que depongan su actitud. Oya, regresa inmediatamente y se convierte así en la favorita del rey.